De cautivas y cautivos
En marzo de 1820, el cacique Quinteleu dirigió un ataque al pueblo de Navarro tomando gran cantidad de ganado y algunas cautivas.
Al día siguiente del malón, el comandante del fuerte envió comisionados a las tolderías del cacique para negociar el rescate de las diecinueve mujeres que habían sido tomadas; el jefe indígena declaró:
"Las cautivas están en nuestro poder pronta para despacharlas, pero para contentar a los caciques nos gratificarán con ochocientos pesos. Estos serán en plata sellada lo que se pueda y lo restante en prendas, yerba, aguardiente y ponchos de algodón. Así estimaré a VS no me falte en lo que pido, pues no es para mí, es para los que fueron a la expedición".
Respondiendo a la política borbónica de trocar el énfasis puesto hasta el momento en el enfrentamiento entre los hispanos-criollos y en los indígenas en el ámbito río platense había entrado en una etapa de relativa paz.
El límite oficial hasta donde llegaba el dominio efectivo de la Gobernación de Buenos Aires se ubicaba en el curso del Río Salado. Esta línea demarcatoria se hallaba custodiada por una cadena de fuertes y fortines que se ubicaban en Chascomús, Monte, Luján, Salto, Rojas, Ranchos, Lobos, Navarro y Areco.
Cada uno contaba con una pequeña dotación militar, y en sus alrededores, iban creciendo los núcleos de asentamientos de pobladores civiles que se dedicaban a la producción agraria y a la ganadería. Sin embargo, este límite oficial no impidió que algunos pobladores decidieran traspasar dicha frontera militar para asentarse en territorio indígena y realizar pactos, también negociaciones personales con ellos.
El intercambio mercantil era, sin lugar a dudas, la principal esfera de contacto entre los indígenas y los hispanos-criollos. Las autoridades virreinales hacían referencia a las periódicas partidas de comercio indígenas que llegaban a Buenos Aires y a distintos puntos de la campaña, a la vez que comerciantes hispanos-criollos llegaban hasta las tolderías con sus productos.
El gobierno intentó infructuosamente fiscalizar y regular este comercio, pero en la práctica los intercambios desbordaban permanentemente las disposiciones del control que intentaron aplicar.
Esta situación de relativa paz no significaba la inexistencia de conflictos.
Para reanudar las relaciones diplomáticas, un punto especial para el gobierno era el rescate de los cautivos, que se realizaba mediante el pago de un rescate. Los contactos tan estrechos entre indígenas y pobladores permitieron que, en ocasiones, estos últimos se adentraran en el territorio indígena para buscar a sus familiares, creándose dos circuitos diferentes por los cuales los cautivos podían regresar a sus hogares. Por un lado el circuito oficial, y por otro, uno particular, por el cual los familiares del prisionero llegaban a las mismas tolderías y negociaban ellos mismos el pago del rescate.
Las relaciones desde fines del periodo colonial entre indios y pobladores comenzaron a resquebrajarse con la caída del gobierno virreinal y la guerra de la revolución que le siguió. Es que gran parte de la década de 1810, los esfuerzo del gobierno de Buenos Aires estuvieron centrados, fundamentalmente, en sostener la causa de la independencia. Este objetivo concentraba mayoritariamente la atención y recursos del gobierno. Por tal motivo su política indígena se limitó durante la década de 1810, a intentar mantener la neutralidad de los pueblos nativos de la Pampa.
En enero de 1820 el triunfo de los caudillos del Litoral (Estanislao López, Francisco Ramírez entre otros) sobre el ejército Unitario, a partir de entonces, comenzaron los enfrentamientos a los proyectos centralistas de Buenos Aires. En este marco se produjo un profundo reacomodamiento de las provisorias relaciones indígenas y criollos-españoles que permitió regularizar el contacto diplomático. Pero los primeros acercamientos oficiales del gobierno bonaerense agregaron un elemento nuevo en los rescates de cautivos, que creó bastante desconcierto en los grupos indígenas: "la pretensión de recuperar a los prisioneros existentes en las tolderías sin pagar un rescate por ellos".
Llama la atención esta nueva intención del gobierno que, de esa manera, desconocía que, una práctica asentada no sólo en el espacio rioplatense, sino también en todo el dominio español la daba como desconocida. Se enfrentarían así dos concepciones diferentes sobre el tema del cautiverio.
Para los indígenas los cautivos habían sido adquiridos en buena ley en un enfrentamiento militar, y por tal motivo formaban parte del botín de guerra. De ahí que la entrega de éstos, al significar la pérdida de un bien para su poseedor, debía ser compensada con la retribución de bienes equivalentes; podría tratarse de prisioneros indios tomados a su vez por los criollos. Por el lado de estos últimos, consideraban que los cautivos habían sido tomados en momento de enfrentamiento, por lo cual, finalizado éste, era esperable que los cautivos fueran devueltos.
Esta nueva estrategia rompía con las formas de negociación tradicionales, que llevó al fracaso las negociaciones de paz. Tal vez fue una equivocación que el gobierno decidiera una política de mayor agresividad con los indígenas, llegando a los acuerdo desde una posición de fuerza, sobre todo con los grupos ranqueles cercanos a la frontera norte de la provincia de Buenos Aires. En 1821 la situación era muy tensa porque los Ranqueles se hallaban en una situación de fuerte penuria económica. Cuando el cacique Nicolás Quintana negociaba la paz con el gobierno, le manifestaba ésta situación y agregaba “antes todos los campos estaban cubiertos de yeguadas cimarronas y que de ahí comían, vendían o cambiaban por caballos, y ahora no encuentran ninguna bestia”.
La economía de estos grupos estaba anteriormente centrada en la captura y comercialización del ganado, la fuerte diminución de éste provocó una gran crisis económica. En éste contexto la posesión de los cautivos se convirtió en un elemento importante como bien de cambio para la procura de artículos, y se llegó a negociados de altos precios. Paralelamente se había producido el ingreso a nuestras pampas de grupos de indígenas del otro lado de la cordillera, con la intención de atacar las estancias bonaerenses para procurarse el ganado. Para ese propósito buscaron la alianza con los Ranqueles.
Podemos situar el inicio de la historia en enero de 1821, cuando el lenguaraz Dionicio Moralez, vecino de Pergamino, se hallaba en la toldería del cacique ranquel Curritipay negociando las devoluciones de las cautivas; dos meses después se incorporaron a la negociación los vecinos del partido fronterizo Del Salto, Juan Francisco Ulloa y Martín Quiroga, estos estaban muy interesados en que las negociaciones fueran exitosas, ya que sus esposas se hallaban cautivas en las tolderías. Curritipay declaró; “estoy dispuesto a entregar las cautivas si se me entregan 9.000 pesos y 400 yeguas, cuatro tercio de yerba, 20 sacos de tabaco, casacas y algunas camisas”. Dejando en claro que luego el gobierno a entregado lo solicitado, devolverían las cautivas y el compromiso de hacer la paz con todos los caciques, más aun también ante cualquier eventualidad, apoyarían al gobierno de Buenos Aires. Sin embargo el rescate pedido por el cacique no llegó y las negociaciones se fueron diluyendo y finalmente fracasaron.
En represalia el gobierno retiró a los cautivos indígenas de la Casa de Reclusión y el lugar de destino de los prisioneros fue el presidio de la Isla Martín García. Los prisioneros indígenas pasaron a cargo de la Policía. Si bien se mantuvo el servicio doméstico de algunos, también el mismo Estado utilizó ésta “mano de obra” para las actividades propias. En agosto de 1823 el Departamento de policía distribuyo 94 indios y 17 indias en gran partes a “propietarios individuales”, (estancieros, familias de altos recursos, políticos entre otros), pero también 68 varones indios al administrador del obraje de la Catedral. Mientras tanto los vecinos Del Salto decidieron poner “mano a la obra”, llegando a las tolderías comenzaron las negociaciones personales. Así fue que volvieron a sus casas con familiares que habían podido rescatar. Su recuperación se había logrado después de largas negociaciones entregando los bienes solicitados por los caciques.
Fue importante la intervención del cura de Pergamino, Fray Ramón González, que aportó con los fondos existentes en el convento para compensar a los caciques por la entrega de los cautivos. De ésta manera unos setenta cautivos volvieron a sus hogares en el pueblo Del Salto; sólo nombraremos algunos porque la lista es muy extensa:
* Manuel Porteo, Del Salto, ignora el nombre de sus padres, 15 años.
* Juan Antonio Porteña, Del Salto, lo cautivaron en la invasión de carreras, 19 años, dice que los indios le quemaron la casa del padre.
* Francisca de Quiroga, Porteña, Del Salto, 22 años, hija de José y Victoriana, cautivada en la invasiónde Carreras.
* Catalina, Porteña, Del Salto, hija de Santiago y Juana, 21 años, haciendo como 15 años que la cautivaron en el partido Del Salto, soltera.
* María Idalgo, Porteña, del Salto, hija de Juan Francisco y Justa Almada, 33 años, haciendo como 15 que la cautivaron, casada con Manuel González.
* Justa Pastora González, del Pergamino, que fue cautivada en el partido Del Salto, hija de Manuel González y de María Idalgo, de 16 años, la cautivaron cuando tenía cinco años. Soltera.
* Narcisa, Porteña, Del Salto, no da razón del nombre de sus padres, edad 10 años, no recuerda cuando fue cautivada.
Imprimir
Boletín del Instituto de Historia
Argentina y Americana
Dr. Emilio Ravignani.
Recopilación de:
Enrique Scagnetti